sábado, 17 de octubre de 2015

AL AGUA, PATO

AL AGUA, PATO: Llegó la primavera, se ve. Ni bien entro a la pileta, noto que la mujer del andarivel de al lado lleva una agradabilísima horizontalidad, no es de las habitueés del invierno. Una macana, justo que pensaba retomar el agua haciendo la plancha, un rato de perrito y algunas vueltas sobre mí como un lobo marino. No tenía por qué obligarme al crol; mi reacción proba y elástica ante la dama es muy masculina. No hay caso, lo mío es un claro problema de envoltorio. En la pileta, brazada a brazada, se piensa. Y se piensa con inocencia. Claro, es como que todavía no se ha nacido. Y pienso qué mala pata la mía hoy, que esta joven no para siquiera un ratito. Entonces yo tampoco. La idea me agota, pero sigo, ida y vuelta, ida y vuelta, aunque se me desbanda el estilo por cancherearlo. Me acuerdo del hombre gordo que suele nadar a mi lado y lo extraño. No me obliga a ningún estilo, solamente se las arregla con un evidente problema de salud que lo llevó al agua, y descansa de a ratos. Con el tiempo te das cuenta de quién nada por la espalda o por el corazón, etc. Me olvido de la joven vecina, quien ni siquiera notó mi existencia, y pienso en el gordo: me pregunto por qué me da paz. Y entonces, cuando veo la cara de una pibita que elonga en el andarivel de al lado, ni siquiera la asocio con la nadadora aquella. Pero a mitad de mi mal intento de pecho, me digo, oia, era una nena.. Y sabiendo el dato me distiendo, me hago un buen ruedo de foca que nadie ve, o que no importa si alguien ve. Afuera hay sol. Pienso en otras cosas antes de ducharme con el shampoo de magnolia que me regaló mi tía. Mi tía hace regalos pertinentes (consumibles), y oportunos: Lo pienso en la ducha, mientras miro cómo brilla la piedra que me cuelga del cuello y que ella me regaló hace unos días. Si un día no está mi tía, sentiré la orfandad. Cree no tener hijos, pero no es cierto. Los sobrinos la amamos como a una madre.

domingo, 12 de febrero de 2012

miércoles, 11 de enero de 2012

CRACK... portada

CRACK, ALMAS Y BALDOSAS ROTAS

El 10 de junio de 2010, el editor Pipo Palacios y yo presentamos bajo el sello 'Piel' el libro 'Crack, almas y baldosas rotas', novela que escribí entre abril de 2009 y octubre de 2010, con 7 correcciones que liberaron la obra para finales de ese último año.

Cuanto hube viajado hasta ahora en la búsqueda que es mi experiencia humana, culmina por el momento con las reflexiones de 'Crack'.

2011 fue un año extraordinario en mi vida.

Mi gratitud infinita a Pipo. Ahora intentaremos presentar la obra en otros lugares.

Y gracias también a la generosidad de todos aquellos que comentaron la novela, invariablemente generosos.

Y... no puedo parar. Se me ocurre que 2012 merece contarle y contarme algo más todavía.

jueves, 7 de abril de 2011

PARA CREAR UN PERSONAJE O PORQUE SÍ

PERSONAJE LITERARIO (Ofrezco una tímida unión entre la búsqueda de Kundera y la mía)

En el libro ‘El Arte de la Novela’, Milan Kundera expone que en ese género se presentan personajes que en sustancia vienen a erguirse en ‘yo’ experimentales, de quienes él descifra su ‘código existencial’, esto es, aprehende la esencia de la problemática existencial de cada uno de ellos. También y así, que el personaje se compone de algunas palabras clave.

En el caso de su libro ‘La vida está en otra parte’, ejemplifica, el grado más alto de felicidad que había conocido el joven Jaromil era la cabeza de una chica apoyada en su hombro. No le era indiferente a Jaromil el cuerpo de la mujer, pero una cabeza femenina sobre su hombro significaba más. El personaje se siente inmensamente feliz e incluso físicamente excitado. Para explicarse cómo puede ocurrirle esto a su personaje, el autor busca en su propia inquietud.

Y dice Kundera: “Una cabeza femenina significaba para él más que un cuerpo femenino. Lo cual no quiere decir, aclaro, que el cuerpo le fuera indiferente, pero: No deseaba la desnudez de un cuerpo femenino; ansiaba el rostro de una chica por la desnudez de su cuerpo. No quería poseer un cuerpo femenino; quería el rostro de una muchacha que, como prueba de amor, le diera su cuerpo. Intento ponerle un nombre a esa actitud. Elijo la palabra ‘ternura’. Y examino esa palabra: en efecto, ¿qué es la ternura? Y llego así a las sucesivas respuestas: ‘La ternura nace en el momento en que el hombre es escupido hacia el umbral de la madurez y se da cuenta, angustiado, de las ventajas de la infancia que, como niño, no comprendía’. Y a continuación: ‘La ternura es el miedo que nos inspira la edad adulta’. Y otra definición más: ‘la ternura es un intento de crear un ámbito artificial en el que pueda tener validez el compromiso de comportarnos con nuestro prójimo  como si fuera un niño’”.

En ‘La Insoportable levedad del ser’, el personaje de Teresa tiene su código, según el autor, en las palabras siguientes: el cuerpo, el alma, el vértigo, la debilidad, el idilio, el Paraíso.

Quien haya leído al checo, bien sabe que en sus novelas puede llegar a ocurrir casi nada, y que la inquietud del escritor está precisamente en el ‘yo’. Luego de leer varias novelas de él, retomé ‘La Inmortalidad’, pues no solamente explora Kundera el condicionamiento experimental, sino el condicionamiento propio de la pertenencia a la especie humana. Sigo, cada tanto, retomando el comienzo del libro, el saludo de la madura nadadora a su joven profesor y las disquisiciones del autor respecto de las repeticiones, las clasificaciones y las asociaciones. No hay más gestos que personas sino más personas que gestos. Entonces es fuerza que en distintas personas los gestos se repitan. Un gesto, visto una vez, se asociará siempre a esa vez, claramente; quien lo ensaye –maquinalmente-, no sabrá que enviará una señal que será recibida de manera diferente por otras personas según cuál sea la asociación mental. Y por si fuera poco, Kundera se pregunta mucho más allá: qué es eso que hace que yo sea yo y no otro, si ni siquiera las cosas que hago, mis más mínimos gestos, mis más desnudas reacciones, me pertenecen más que yo a mi raza. Al leer esto uno puede sentirse una especie de Frankenstein, forjado en injertos milenarios de una misma especie. Bueno, a no desesperar, ¿qué creen que quiso contar Mary Shelley al escribir Frankenstein?

Tenemos entonces, en estos aspectos de Kundera, los siguientes elementos:

1-      La exploración del ‘yo’ experimental, que es el personaje, a través de su código existencial.
2-      Los condicionamientos de la especie y de la experiencia.

Ahora hago mi aporte:

Al escribir –sin saberlo- he seguido más o menos la ruta de Kundera, pero sin desgranar tanto. Es decir, busqué entender las inclinaciones y las reacciones de los personajes, y sopesarlas en sus circunstancias actuales y pretéritas.

Pero sumemos ahora otros dos elementos, a instancia mía: los sueños y el motor de la vida.

Los sueños son aquellas fantasías con tendencia de concretización que tiene una persona, que la transportan ya desde el mismo ideal a la satisfacción o al miedo. Por un lado, no son buenos consejeros muchas veces, porque los buenos sueños suelen ser sentidos en tiempo futuro y difícilmente se lleguen a concretar, mientras que el miedo siempre es actual (haré nota aparte al respecto). Aquellos buenos sueños que vemos en presente, cuya concretización podemos disfrutar como si fueran hechos actuales, son los verdaderamente realizables. Pero fuera de esta importante diferenciación, los sueños –los felices, no los del miedo- son en mi criterio el mejor distintivo que tiene toda persona, y bien digo el mejor, y bien digo toda persona. 

A ver:
a)      En primer lugar son sinceros, son la persona misma expresándose hacia el universo, pidiendo, deseando, y soñar constituye una acción siempre veraz, honesta y humilde.
b)      En segundo lugar, son la expresión del que Kundera llama código existencial; tanto el bagaje de las experiencias vividas, como la pertenencia a la especie, como las circunstancias actuales del personaje, lo llevan a tener determinados sueños, casi siempre maquinalmente, sin pensar por qué ese sueño y no otro, sin poder concebir otro. La magia aparece cuando uno descubre que puede soñar con cualquier otra cosa, y allí nace la verdadera libertad (necesariamente tengo que hacer otra nota sobre este aspecto).
c)       En tercer lugar, todos los tienen. Ocurren cosas horripilantes en el mundo. Las personas hacemos bien y hacemos mal. Todos hacemos bien y también mal. Y algunos llegan a corromperse a tal punto que sus acciones son despreciables. Pero los sueños siempre son actos de humildad, aún secretos, y no hay quien no los tenga. Si te cruzás con alguien que te falta el respeto, que hace idioteces, que te desprecia, podés decirle con toda tranquilidad: ‘detrás de tu soberbia y de tu arrogancia, están tus sueños, así que te perdono con afecto’. Y si algún día hemos de amigarnos con alguien, será a través de la comprensión de sus anhelos, que es nuestro común denominador, junto con el del punto siguiente, que es el motor de la vida.
d)      Además, aportan colorido al mundo, porque cada uno tiene sus sueños, diferentes de los de los demás (como los gestos, no del todo distintos, sino clasificables).
e)      Finalmente, en ellos se desnudan nuestra inocencia, nuestro desespero, nuestra calidad de tímidos personajes en una vida que no entendemos y que con los sueños dejamos de intentar entender.

Entremos entonces en el segundo elemento que vengo a sumar: el motor de la vida. ¿Qué es? No son los sueños. Los sueños son fantasías concretas, y pueden cambiar a medida que cambia uno. El motor es casi desconocido para cada persona, y al serlo, casi nadie se da cuenta de que mute. Bueno, es que el motor de la vida es el mismo para todas las personas y no cambia. No nos distingue sino que nos une. Porque no es otra cosa que la constante búsqueda del estado de inocencia, de la alegría inocente de recibir de esta vida, de tomar lo que nos da y de seguir maravillándonos. Como cuando éramos niños, que si nos regalaban un caramelo lo recibíamos con alegría inocente, sin cuestionar por qué nos lo ofrecían, ni a cambio de qué, y nos sorprendía su sabor.

Para el ser humano, todo es volver allí. Porque como sentenciara Kundera respecto de las ventajas de la infancia, el adulto debe buscar la forma de reencontrar su inocencia. Y yo no diría artificialmente, como él refiere respecto de la ternura, sino al contrario, hurgando en aquellos lugares donde en principio el costado izquierdo del cerebro no le sugeriría. Pues ese es el costado que artificiosamente nos ha alejado de la felicidad.

En fin, con estos elementos, estimo que todos podremos escribir un personaje. O quizás simple y felizmente, conocernos mejor a nosotros mismos y tolerar más a los demás, que no es poco.


sábado, 12 de marzo de 2011

THE HUMAN EQUATION III

THE HUMAN EQUATION (III)
La belleza


La cabeza embotada de disquisiciones irresolutas que signara mi día finalmente se rinde. Caigo pesadamente en mi cama, pero no me he librado aún de la tensión muscular, y las manos quieren hacer y las piernas quieren seguir, mas no son ellas ni mi mente quienes dicen 'basta', sino precisamente la incapacidad de mi mente para continuar reinando. ¿Has sufrido alguna vez el embate de la humildad? Es una rendición, y uno se resiste, desde luego; el ego no quiere perder el cetro.

Y esa rendición es lo mejor que puede pasar.

De pronto advierto que los músculos han empezado a aprovechar la horizontalidad del cuerpo y se relajan. Imponen a mis ojos comportarse de consuno y abandonar toda alerta, y entonces mis ojos empiezan a cerrarse. Es un segundo o poco más lo que tardan en hacerlo, pero en ese lapso, desde que los párpados empiezan a ceder, ocurre algo particular: no quedan enemigos, no queda tristeza alguna, ni lucha que ganar. No hay nada de nada, más que silencio y calma.

Una ruta apenas se siente bajo las ruedas, cuando el coche serpentea su curso al borde del viñedo. Miro por la ventana, todo el tiempo. Pequeñísimos tallos han sido dispuestos en forma equidistante, formando líneas rectas que cruzan un campo inmenso. Paso una línea, y otra y otra. Pudiera ello ocurrir in eternum, pudiera el campo nunca acabar, y las líneas de mínimos tallos continuar desfilando a mi lado. Eso es el tiempo presente: nada de tiempo y pura geometría en movimiento inasible –de rutas ondulantes, de tallos equidistantes, de una hexagonal mancha de campo orlada por montañas y con fondo de cielo-. Y el recuerdo al que me entrego cada vez, siempre es pura geometría de tiempo presente que recorro, dócilmente, para que el hexágono se transforme en mancha aterciopelada y para que los tallos acaricien el pasaje suavemente.

Dormí ocho horas y al despertar, lo primero que percibo es la existencia; la de nadie en particular, la de alguien sin nombre -no llego a llamarme siquiera 'yo' al disfrutar de ese renacer-. El descanso habido me hace un postrer regalo, la liviandad y el anonimato, todo el tiempo presente que se representa en un cuerpo descansado, en la luz nueva que aparece por la ventana y en el silencio, que sigue jurando paz.

Digamos que es sábado. Digamos que puedo por un rato seguir siendo nadie en particular y que nadie dirá mi nombre por unas horas. Pensemos que no encuentro razones para hacer otra cosa que lo que se me ocurre de inmediato y para lo inmediato: salir a caminar, por ejemplo.

Con la agilidad de un cuerpo renovado piso grácilmente al ganar las calles. El aire que está más allá de la puerta de mi casa promete más liviandad y mi mirada miope está más aguda luego del descanso. Noto que los colores que pinta el sol no son plenamente suyos; es posible no verlos y es posible verlos. No dependen del solamente del astro. Una baldosa está rota y tropiezo, lo cual me obliga a mirar hacia abajo y notar que el suelo, compuesto de unidades rayadas de color gris, tiene pequeñísimos agujeros que lo tornan bastante bonito. Una paciente le dijo una vez al Dr. Weiss que el día anterior había visto un árbol hermoso, con un tallo así, con unas hojas asá, con unas flores qué sé yo cómo. Weiss la felicitó por haber salido a pasear de una buena vez, pero la mujer le refutó el cumplido, porque que simplemente se había dignado a mirar el árbol que siempre había estado frente a su jardín.

Luego de varias cuadras, al tomar un camino que será recto por un buen trecho, dispongo el añejo aparato que vive en mi morral para escuchar algo de música. Y la música me devuelve el tiempo: aquellas cosas que ocurrieron y los propósitos del futuro. Un suave pinchazo en el pecho me dice que me puedo enganchar a cualquiera de los dos, al pasado y al futuro, y ese pinchazo de desazón me confiesa que eso es lo que siempre hago. Pero tal vez hoy no: Una bandada de loros parte en dos el cielo profiriendo un griterío que perfora la melodía de mi Sony Walkman a cuerda. La curva de su vuelo contiene la más sencilla de las alegrías, la más pura de las gracias y el más hermoso sinsentido de todas las cosas: me quedo mirando esa inocente futilidad del ser y a la vez esa profunda continuidad del ser, la mancomunada coherencia de todas las cosas y la participación indiscriminada de todo en todo.

Hoy pudiera decirse que no fue un día productivo; no hice nada de expresa utilidad, ni siquiera calibré el bolígrafo hacia la estampa de una rúbrica en papel alguno. Pero qué sé yo. Quizás eso se sabe mucho después. La sencillez de la belleza y la sencillez de la participación de uno en el todo, me recuerdan una escena que en su momento no pensé de utilidad alguna y sin embargo constituye mi más querido acervo: Muy lejos de casa, en una pequeña dársena pesquera de Sète, en la minúscula parte que está desprendida del resto de la pequeña ciudad, una tarde de sol que viví en tiempo presente a causa de un sentimiento muy profundo, unos pescadores desembarcaron y dispusieron en unas mesas de madera llenas de sal, montones de bivalvos, pescados y demás hallazgos. Cada una de las piezas, mojadas aún, brillaban bajo el sol, y el agua que se les desprendía formaba un hilo traslúcido y luminoso que unía cada una de las mesas con el suelo. Los pescadores escrutaban la mercancía y disociaban pares de nones. La panadera salió a su encuentro y empezó a hablarles en esa lengua que parece fácil pero no lo es. Miré las casas de la pequeña islilla y vi que todas ellas contaban con ventanas salidas hacia la vereda, expuestas lo máximo posible al mar. Al mirar el mar, noté que sus aguas resplandecían todo el tiempo, desde su azul hondísimo hasta los superficiales y danzantes reflejos del sol. Me detuve un segundo a mirar, y la expectación silenciosa me contó una confidencia: los botes siempre cantan por lo bajo esa canción sin bandera que dice que el hogar nunca está lejos, esa melodía incansable y alegre que podrás recordar, de agua y madera.

Un alma ignota no se reprocha nada, no tiene enemigos ni culpas, no debe nada que no pueda devolver mañana siendo un poco mejor de lo que fue. Un alma ignota solamente participa generosa y alegremente de la ecuación humana. A reintentar.

I.G. (20/AGO/2010) (nota: "The Human Equation" –La Ecuación Humana- es el nombre de un proyecto musical conceptual, de Ayreon, del holandés Arjen Lucassen, y también es el contenido y sustento de otro material de idéntico autor –"01011001"-. Como son obras que tienen que ver con la búsqueda de la verdad y del sentido de las cosas, tomo prestado su título aquí lúdicamente, para esta saga en la cual quien busca soy yo).

THE HUMAN EQUATION II

THE HUMAN EQUATION (II):
La deuda individual

Toca ahora ponerse el ropaje para ver si cabe, como se testara el zapatito de la Cenicienta.

Y a mí me queda de maravillas: Estoy repleta de deudas del 'no hacerse cargo'.

No me da vergüenza. Yo solamente vengo a tirar la primera piedra que se aconseja no tirar, porque para mí es peor negar.

Uno cree que no paga, pero la primera víctima de ofrecerle las espaldas a la conciencia, es uno. Hoy, un llamado menos. Mañana, los problemas que jamás se resolvieron siguen golpeando la puerta y uno está demasiado débil y confundido, y para colmo demasiado solo para enfrentarlos. Sin embargo, creo que todo tiene arreglo, siempre.

Tres premisas muy comunes:
Buscar la felicidad.
No cargar culpas.
Atesorar buenos momentos.

A esta altura, me parecen tres falacias.

La felicidad, que es un particular estado de alegría que puede concebirse solamente por comparación -entre estados de infelicidad-, depende de circunstancias externas que no se pueden prever ni controlar. Y buscar la felicidad es buscar el control, algo impracticable. Lo previsible es una persona alegre, con la capacidad de despertar y discurrir cotidianamente sin permitir que cualquier pequeñez le impida persistir en el disfrute. Insisto: la felicidad como meta no existe. No sólo depende de factores incontrolables, sino que además, la alegría no puede ser una meta, es un modo de vivir que solamente puede ser posible desde la aceptación de aquellos momentos que no son felices, si nada está garantizado, si vivir no es más que un regalo y a veces de segunda. En este punto me declaro titular indiscutible de un rotundo fracaso... He buscado la felicidad con ojo agudo, como si ella fuera la piedra filosofal, y la busqué todo el tiempo con una seriedad tal, que se me pintó indeleble el ceño fruncido.

La culpa creo que no le corresponde a una persona que transita el mundo intentando no molestar demasiado. Que les pese a los criminales; al resto, no. Es que no queda otro remedio para el común denominador de los seres humanos que hacer lo mejor que puede en cada momento. No es poco, pero intentarlo de veras es suficiente y rinde frutos. Ahora bien, el problema está en las excusas, que eluden la enmienda como si fuera un pecado. Recurrimos a excusas a cada rato porque deseamos presentarnos infalibles frente a los demás y ante nosotros mismos. Y el único engañado es quien se miente. A los demás, nada les importa demasiado: la discordancia, el descreimiento y el disenso entre los seres humanos los separa a la corta o a la larga. A una persona a quien le pierdo confianza la eludo, y todo el mundo hace lo mismo. Para qué aparecer infalibles, si lo único que se logra es asirse cada vez más a un conflicto interno de negaciones, del cual después es difícil salir. Cuando nos tragamos un lustro sin haber avanzado ni un poquito en convertirnos en personas aunque sea un poco más alegres, tenemos tres opciones: o darnos cuenta de que nos equivocamos, o negarnos la amargura con el arrope del orgullo, o hacer zapping frente al tele para no reparar demasiado. Si elegimos bien y nos damos cuenta de que nos equivocamos, podemos intentar al día siguiente ser un poco más livianos, dejar de proferir reproches a nuestra persona ni a nadie. Si advertimos que lo que hicimos fue lo que supimos hacer y seguimos adelante reintentando otra vez sin tanta amonestación, veremos que nada es indeleble, que es posible hacer las cosas mejor mañana (aunque nos haya costado alguna cosa que no volverá a nuestro acervo, qué se le va a hacer).

En cuanto a atesorar buenos momentos, hay una escala grande de 'lo que se ha perdido' al sostener semejante premisa. La nostalgia es una clase de victimización y desatiende la importancia de la aceptación. Nunca me fue bien recordando desde ese lugar. Cuando me acuerdo de algo que me hace sonreír y me hace sentir bien, no hay la más mínima gota de la nostalgia. Si hay nostalgia, el recuerdo es desagradable, porque se centra en la carencia. Entonces, no atesoro. Me acuerdo y punto. Me acuerdo bien y me acuerdo mal. Y cuando me acuerdo mal, es porque todavía me cuesta tragarme una pérdida, y para qué tratar a eso como un tesoro, aunque lo perdido fuera lindo o lo pareciera. Por otro lado, de los malos momentos se aprende a lo loco y sin necesidad alguna de rimbombancias como el atesoramiento (ah, yo soy dura y aprendo casi todo a los bofetazos; aunque una vez que aprendí, ya no me duelen). Entonces, atesorar momentos me parece un acto de desesperación aguda. Ni de aceptación, ni de alegría, ni de aprendizaje, que según creo, son los únicos valores de utilidad.

De ahí, de las premisas incorrectas, viene como resultado el fenómeno de no hacerse cargo. Buscamos la felicidad a lo loco, atesorando buenos momentos y debiendo mentirnos que esos momentos están presentes o al menos un poquito, y eludiendo la responsabilidad de los errores para no sentir culpa. No hacerse cargo no proviene necesariamente de la maldad personas, sino muchas de la desesperación y de la negación más estúpidas (y en estos casos de veras que da más bronca). Y sumando desentendidos en el mundo, es como ocurren las cosas que ocurren en los aeropuertos de Madrid y Miami (cómo pedirles a los Estados que sean mejores que los seres humanos); así es como le ocurre al arte que se queda mal paga y colgada de la pared sin que nadie la mire –salvo para fingir cierto cultivo, como lo hiciera el monarca en 'El Nuevo Traje del Emperador'-, y así también es que pasa, y se tolera porque todos lo hacen hasta multiplicarlo a la enésima potencia, que no pagamos las deudas que tenemos en mora (vgr., una pavada tal como llamado a un amigo a veces no lo llevamos a cabo porque sentimos vergüenza de no haberlo llamado antes).

Las premisas válidas, según creo, las ha emitido el autor Miguel Ruiz en su libro 'Los cuatro acuerdos', y a él me remito (ser impecable con las palabras, no tomarse nada personalmente, no hacer suposiciones y hacer siempre lo máximo que se puede).

Pero no me detengo en eso porque hay algo que me importa mucho. La ecuación humana no puede carecer de belleza, de la más amplia y contundente belleza.

Ya veré.

IG
(18/AGO/2010) (nota: "The Human Equation" –La Ecuación Humana- es el nombre de un proyecto musical conceptual, de Ayreon, del holandés Arjen Lucassen, y también es el contenido y sustento de otro material de idéntico autor –"01011001"-. Como son obras que tienen que ver con la búsqueda de la verdad y del sentido de las cosas, tomo prestado su título aquí lúdicamente, para esta saga en la cual quien busca soy yo).